¡Feliz día del maestro al hombre que cambió mi vida y la de muchos barahoneros!

Profesor Yorik Piña...

Corría el año 1974, tenía yo quince años de edad; era jodón, guapo, peleonero y en ese tiempo no tenía a nadie a quien respetar, a quien ver como una figura de respeto, mi madre vivía en la capital y mi padre en New York.  Por el camino que iba mi vida la cosa no pintaba bien.  Esa noche del 1974, que no recuerdo el día de la semana, pero tengo como referencia que había una fiesta en la calle Sánchez, cerraban la calle cada año desde la María Montez hasta la Duvergé.

La fiesta estaba en sus buenas, la misma servía como despedida a mis hermanos Iván y Ruth Cuello (Nela), quienes se iban a New York con visas de residencia porque nuestro padre los había "pedido".  Jóvenes y mayores bailaban alegremente, pero había un hombre que bailaba más que nadie y muy bien.  Hacía un paso, estilo mangulina, tirando un pie adelante y hacia atrás, con una agilidad  que llamaba la atención de todos, las muchachas, todas, querían bailar con él.

Para esos días estaba en Barahona un primo de mis hermanos llamado Heine Saldaña (Heinito), quien me llevaba un par de años y era tan jodón o más que yo.  Este me propuso que le hundiera el sombrero al "hombre que bailaba bien", quien en ese momento estaba sentado en la entrada de la casa donde vivían mis hermanos, Heinito me propuso:  ¿A qué no te atreves a hundirle el sombrero a ese hombre que está sentado en la puerta de casa? 

Yo no conocía al hombre, pero Heinito sí, "me puso un gancho".  Me insistió con la propuesta y como yo no barajaba "pleitos" accedí.  Entré por el callejón, luego pasé sigilosamente por la puerta del patio, cuando llegué a la sala vi al hombre sentado en la puerta del frente lo más tranquilo y quitado de bulla.  Caminé en las puntas de mis pies, cuando lo tuve a mi alcancé le eché mano al sombreros con las dos manos y con fuerza se lo hundí hasta el cuello, se lo puse de corbata.

Salí corriendo por el mismo camino que había entrado, salí a la calle y ya el lío se había armado, el hombre gritó a todo pulmón:  -"¿De quién es ese muchacho del Diablo?"-.  Pararon hasta la música y todos se quedaron pasmados por un instante, luego empezaron a perseguirme por todo el lugar, hasta que apareció mi hermano Iván, quien para ese tiempo era uno de los mejores peloteros de Barahona, me corrió y agarrándome por el cuello de la camisa y me llevó frente al agraviado.

Ese hombre delgado, buen mozo y bailador era nada más y nada menos que el profesor Yorik Piña.  Todos me querían golpear por la falta de respeto contra un hombre que en ese momento yo no conocía, pero Yorik los contuvo, me agarró él por el cuello, me hizo una pregunta:  -"¿De quién tu eres familia?"-.  "Él es hermano mío", le dijo Iván.  El hombre apretó más sus manos en mi cuello, con fuerza, pero sin ahogarme, luego me dijo una frase que cambió mi vida para siempre:  -"Desde mañana te quiero a la una y media en el colegio FAME, en la iglesia vieja".

Al otro día a la una y media estaba yo en la puerta del colegio, le pregunté a un muchacho, que estaba sentado en un aula que estaba justo al lado de la puerta principal, si sabía dónde estaba el profesor y me hizo seña con el dedo apuntando a un aula vecina.  Me dirigí en dirección  donde el joven señaló, el profesor me vio desde el otro lado del curso y abrió los ojos, no niego que me asusté al ver la cara descompuesta del profesor, parecía poseído por un demonio, como si había comido candela.

Se me acercó rápidamente, casi corriendo, lo que me asustó más.  Allí, delante de todo el mundo, me volvió a agarrar por el cuello, me dio vergüenza, ya que habían muchachas y otros jóvenes en el curso, me llevó hasta la dirección, me soltó y me dijo:  -"Siéntate ahí, que yo te arreglo ahora"-.  Esas palabras me cayeron como un corrientazo.  Luego el hombre le dio un manotazo a una caja de tizas que había en el escritorio, las tizas y el serrín que había en la caja se regaron por todos lados;  el profesor se volteó, me miró a los ojos como si me quisiera traspasar de un lado al otro y me dijo:  -"Recoja todo eso del piso antes de que yo regrese".

Él dio la espalda y yo me tiré de rodillas al piso y empecé a recoger las tizas que se había partido en decenas de pedazos, mientras pensaba qué sería lo próximo que ese hombre me haría.  Recogí todas las tizas y me senté en un banco ha esperar por mí próxima "sentencia".  El profesor volvió como en una hora, miro el piso, abrió la caja de tizas y me dijo, con una voz que se oyó en Savica:  -"Mira, muchacho del diablo, tú crees que yo soy relajo tuyo, recoja el serrín hasta que no quede un granito en el piso".

En el piso estuve recogiendo serrín hasta que llegó la hora de la salida del colegio.  El hombre entró sigilosamente a la dirección, me di cuenta ya cuando el estaba prácticamente encima de mí, me asusté, no me atrevía a mirarlo y me paralicé del miedo.  El profesor me tomó por un brazo y me paró del piso, me pasó la mano por la cabeza paternalmente, luego me abrazó como mi padre nunca lo había hecho, me guió hacia la puerta con su brazo en mi hombro.  Fuimos directamente a la tienda de don "Gabriel El Turco", allí me compró un pantalón y un par de yardas de tela azul, luego fuimos donde un sastre que me tomó las medidas para hacerme el uniforme del Colegio Fernando Arturo de Meriño (FAME).

Esa travesura cambió mi vida para siempre, ya que al lado de Yorik Piña aprendí muchas de las cosas que pongo en práctica hoy.  Aprendí a ser bueno y cumplir con mi deber sin esperar nada a cambio.  Yorik siempre me decía:  -"Nunca esperes que te den las gracias por cumplir con tu deber"-.  Me enseño a ser solidario y buen ciudadano.  Estuve en su colegio por un tiempo y nunca pagué un centavo.  Luego el profesor abrió un internado en la calle Jaime Mota esquina Duvergé, donde viví con mis hermanos sin pagar un centavo y donde Yorik nos acogió como un padre.

Este es mi humilde homenaje a un hombre que hizo lo que aquí cuento con decenas de jóvenes barahoneros que hoy son hombre de bien y, en la mayoría de los casos, profesionales exitosos.  Yo quisiera tener una placa para entregársela hoy, pero no la tengo, solo puedo contar esta historia para que los barahoneros y el mundo sepan por qué Yorik Piña es un hombre grande, digno de todos los homenajes del mundo, el mío es simple, pero me sale del corazón al igual que las lagrimas que brotan de mis ojos al escribir esta historia de vida.  ¡Yorik, usted es grande y merece todo lo mejor, por eso mi forma de pagarle es agradeciendo lo que usted hizo por mí y por otros, con mi cariño, mi afecto, respeto y consideración!
¡¡¡LA VERDAD SIN INSULTOS!!!
(HRCV)


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